No sé si alguna vez lo habías pensado, o si alguien te lo ha dicho, pero yo lo he experimentado y es verdad: solo cuando le intentas explicar un concepto a alguien, es cuando te das cuenta de si lo has entendido tú misma.
Recuerdo mis días en el colegio o incluso en el instituto. Y no solo por todas las aventuras que vives a esas edades. Me refiero a la parte de “aprender”.
Desde bien pequeña tenía claro, por lo que me decían, que tenía que sacar buenas notas, ser una buena estudiante.
Pero, ¿sabes cuál es el problema? Que entendía que “repetir” aquello que estaba en los libros de cada asignatura, sin más, bastaba. Obviamente, si te preguntaban algo en un examen, y tú respondías tal cual lo que decía el libro o profesor de turno, no podían suspenderte, te ponían sobresaliente. Y así me pasó durante años.
Me da la sensación de que esto sigue pasando a día de hoy en muchos colegios. Cada vez somos más, hay muchos alumnos en cada clase, ¿cómo se le puede aplicar más atención a un solo alumno para saber qué le gusta o en qué puede sobresalir? Nada, mejor que sea uno/a más, que estudie y repita cada cosa que le estamos enseñando, que no destaque y sea una parte del rebaño.
Es complicado. No hay recursos. En fin, mejor no sigamos por ahí.
¿Hay que estudiar una carrera?
Con el paso de los años, me empecé a dar cuenta de que en realidad no sabía nada, de que tenía información en mi cabeza, pero a la hora de la verdad, cuando te tienes que enfrentar a la vida profesional, ese montón de teoría no me iba a servir de mucho.
También me ha pasado que he estudiado cosas que yo no quería estudiar, que simplemente era algo que tocaba hacer, tenía que estudiar una carrera, aunque no tuviera ni idea de lo que quería hacer con mi vida teniendo 16-17 años.
Me habría encantado descubrir el Marketing Digital, entonces, aprender de los mejores y dedicarme en cuerpo y alma a algo que sí me ha movido desde que lo conozco y no lo que estudié en la Universidad.
Mi camino hacia el Marketing Digital
Aunque te dejé algunas pinceladas en el post sobre cómo empecé en el mundo del SEO, mi descubrimiento del Marketing Digital fue algo que hice por mí misma, cuando me di cuenta de que estaba haciendo algunas de esas tareas que podemos englobar dentro de ese mundo, en la empresa en la que estaba trabajando.
Y eso que era una empresa de implantología dental, pero claro, diseñábamos nuestros propios catálogos, hojas de pedidos, la web… Al final, y sin saberlo bien, me estaba metiendo de lleno en un mundo que me llamaba mucho más.
E imagino que, como muchas personas en esa época, me sumergí en vídeos de YouTube, compré varios libros sobre Marketing, busqué cursos para formarme online. Quería saber más, aprender y conocer cómo podría yo ayudar a la gente si dejaba esa empresa.
Hace unos años, no había una carrera para esto, es algo que poco a poco se ha ido profesionalizando con la aparición de diferentes Másteres de escuelas que al final han visto que hay un segmento del mercado que necesita de esa formación. Porque es necesaria para cualquier empresa.
Lo bueno de haberme buscado la vida, es que leí, escuché, vi y me formé con información, en general, de todas las ramas del marketing digital. Esto me ha dado una base para poder entender todas las necesidades que puede tener un proyecto online. ¿Que al final me volqué más en el SEO? Sí, es algo que me llamó más la atención, me generaba curiosidad eso de ver cómo cambiaba el posicionamiento de una página una vez la optimizabas.
Pero esta base es la que me abrió una gran oportunidad, una de las que hace que se te retuerzan las tripillas de los nervios.
La preparación es la clave
Sí, cuando me propusieron hacer una prueba de pizarra en una escuela privada para dar clases de Marketing Digital en un Máster, las piernas me temblaron y los miedos empezaron a asomarse. Esos miedos asociados al famoso “síndrome del impostor”.
Porque una pregunta muy importante apareció en mi cabeza y estuvo acompañándome unos cuantos días: ¿Quién soy yo para dar clase si no soy profesora?
Es que claro, yo en mi cabeza tenía lo que siempre había visto y escuchado: hay que tener una carrera para ser alguien. Y yo no tenía carrera ni formación como profesora.
Pero, tenía el conocimiento. Y además, sé expresarme. Y también soy echada para adelante, que, en mi opinión, no es lo mismo que echarle morro. Es más bien usar lo que tienes y sabes, con las oportunidades que aparecen.
Y bueno, yo aún no era profesora, tenía que pasar una prueba delante de personas muy importantes que llevaban años formando a sus alumnos.
Miedito. Mucho miedito.
Pero me preparé. Después de decir que sí me presentaría a la prueba, no tuve más remedio que prepararme. Porque si algo he aprendido con los años, es que si vas preparada, todo puede salir bien, y si no, podrás salir bien también. Porque la experiencia y la preparación lo son todo.
Dar clases es un examen diario
Llegó el día de la prueba. Era meses antes de empezar el curso, porque claro, necesitaban tener tiempo para buscar más si yo no era la elegida.
Y estaba “cagadita”, nerviosísima. Pero he de agradecer que el director, minutos antes, me saludó, me dio conversación y de alguna forma, eso me tranquilizó un poco. Como si tuviera que constatar que solo era una persona, por más que fuera el director.
¡A la pizarra!
Bueno, más bien era un proyector donde aparecieron las slides que preparé. No sabía cuántas llevar porque no tenía ni idea del tiempo que tendría que estar “dando mi clase”.
Y empecé.
Cuando estás nerviosa, tiendes a hablar más rápido. Eso es lo que me pasó, aunque me di cuenta a tiempo, respiré y continué a un ritmo más normal. Siempre sin despegar la vista de todos los que estaban escuchándome, porque sé que eso es importante, no solo el lenguaje verbal, sino también el control del lenguaje corporal.
Y ahí que estaba yo metida en mi clase, explicando cómo funcionaban los buscadores, qué era el SEO… cuando me pararon. Sí, empezaron a hacerme preguntas, porque claro, estábamos en una clase, o una simulación. Estaban actuando como alumnos.
Y fui contestando tranquilamente. Creo que me metí de verdad en el papel. Ese mismo día, nada más terminar la prueba, me dijeron que contaban conmigo. Ahora solo tenía que pasarle al director un planning del curso y ponerme manos a la obra con el temario.
Cuando empezó el curso, ese primer día, llevaba mucho material preparado, pero ya sabes, de nuevo los nervios hicieron que volase, literalmente. Casi me acabé todo lo que había preparado para al menos 2 o 3 clases. Les voló la cabeza, y yo casi me quedé afónica.
Y de ahí aprendí, como si fuera una alumna más. Estar al otro lado es una experiencia totalmente única y diferente. Estaba pasando mi propio examen.
Y así semana tras semana. Mes tras mes. El curso acabó y yo había sacado todo adelante, a veces bien, a veces no tan bien (bajo mi perfeccionista punto de vista), pero siempre aprendiendo y dando lo mejor para que cada clase estuviese a la altura.
Tu vida no está escrita, aprende y elige lo que te mueva
Y con estas nuevas habilidades que estaba desarrollando, ese síndrome del impostor iba haciéndose más pequeñito. ¿Qué más podía hacer? Seguir ayudando a otras personas interesadas en el marketing digital. ¿Cómo? Era obvio, una web con un blog tenían todas las papeletas.
Pero en casa de herrero, cuchillo (o cuchara) de palo. Nunca sé cuál es la manera correcta de decirlo.
Mi web siempre ha estado en primera posición para poder desarrollar y compartir contenidos. Pero, como la quería crear yo, pues lo iba dejando siempre para después. Así que empecé a sumergirme en las redes sociales.
Me creé un perfil en Instagram donde empezar a mostrar lo que sé, compartir lo aprendido. Al principio publicaba un poco al tun tun, pero luego ya me iba preparando bien y “profesionalizando” los diseños (bendito Canva para los que no sabemos de esto).
Y con el perfil de Instagram ya en marcha, se me ocurrió la idea de crear una marca que agrupase todos los conocimientos que un emprendedor necesita sobre marketing digital. Y así nació el Kit del Emprendedor. Es algo que tengo aparcado, pero le dediqué un buen tiempo a grabar vídeos para el canal de YouTube donde mi faceta de profe quedaba bastante a la vista.
Si te fijas, todo es cuestión de aprender y confiar. De soltarse y pensar en qué puedes hacer con aquello que sabes hacer.
Nos toca dejar a un lado los miedos, las vergüenzas, que nos importe un pepino el qué dirán… Se trata de confiar en tus habilidades y ayudar a otros a que puedan conseguir resultados con lo que tú les enseñes.
Y yo, gracias a todos estos procesos, he ampliado experiencia y conocimientos en este sector. Si te quedas en una cueva, es poco probable que crezcas, pero si te animas a aprender y demostrar que has aprendido de verdad mostrándoselo a otros, estoy segura de dos cosas: una, que el reconocimiento o agradecimiento de las personas al otro lado te hará sentir genial, te dará fuerzas para continuar y seguir haciéndolo, y dos, que las oportunidades profesionales irán apareciendo sin parar.
¿Te animas a compartir lo que sabes?